Debido a la rápida propagación del SARS-CoV-2 y para proteger la salud pública, gobiernos de varios países tomaron medidas de protección, entre ellas el cierre de ciudades, tiendas, escuelas y declaración de cuarentenas y confinamientos para hacer cumplir el distanciamiento físico. Aunque esta medida está documentada en su eficacia, recientemente se ha empezado a entender su efecto en la vida de las personas desde diferentes perspectivas.

Es el caso del estudio que evalúa la encuesta en Iberoamérica publicado en SSSM – Population Health, un mes después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la pandemia de la COVID-19 buscó determinar la relación entre la sintomatología de ansiedad y anhedonia y el consumo de alimentos, frutas y verduras apetecibles al inicio de la pandemia en 12 países de habla hispana: Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay, México y España. 

Alta frecuencia de consumo diario de bebidas azucaradas y comida rápida

Dentro de los resultados recopilados mediante una encuesta en línea a 10.551 personas, predominantemente de sexo femenino (79,2 %), se observó una alta frecuencia de consumo diario de bebidas azucaradas y comida rápida, como perritos calientes, hamburguesas, pizza y tacos, con valores medios de 4,2 (desviación estándar [DE]: 5,7) y 3,1 (DE: 2,9) porciones por día, respectivamente. En el caso de Paraguay, Chile y Panamá se superó la media del grupo de consumo de bebidas azucaradas, con valores de 6,3 (DE: 6,6), 5,0 (DE: 6,1) y 4,9 (DE: 5,3) porciones diarias.

Paraguay, Argentina y Uruguay mostraron un patrón similar con respecto a la comida rápida, con un consumo medio de 4,2 (DE: 4,1), 3,6 (DE: 3,3) y 3,5 (DE: 3,2) porciones diarias, respectivamente. Argentina, Uruguay y Panamá evidenciaron un patrón similar con respecto a la repostería, con valores de 6,8 (DE: 5,6), 6,1 (DE: 5,5) y 5,8 (DE: 5,0) porciones por día, respectivamente. Finalmente, Ecuador, Perú y Panamá fueron los países con mayor cantidad de porciones de frituras por día, mostrando un consumo medio de 1,3 (DE: 0,9), 1,3 (DE: 0,8) y 1,2 (DE: 0,9), respectivamente.

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Los participantes de Argentina, Chile y México fueron los más propensos a aumentar el tamaño de las porciones de alimentos al comienzo del cierre, en comparación con los otros países.

Por otro lado, la ansiedad se midió con el Inventario de Ansiedad de Beck (BAI) y la anhedonia con la Escala de placer Snaith-Hamilton (SHAPS). La puntuación media del inventario de ansiedad para la muestra fue de 13,1 (DE: 11,3), con una mediana de 10 (rango intercuartil [RIC]: 15). La puntuación media de la escala de placer en la muestra fue de 2,1 (DE: 3,3), con una mediana de 1 (RIC: 3). Los puntajes del inventario de ansiedad fueron más altos para Chile, Guatemala, México y Ecuador que para los otros países. Los puntajes de la escala de placer fueron más altos para Perú, Ecuador, Chile y Argentina en comparación con los otros países.

Al final la ansiedad se asoció con el consumo de alimentos apetitosos, incluidas bebidas azucaradas (excepto el nivel leve), pasteles, alimentos fritos y comida rápida (todos p < 0,001). Además, las probabilidades de consumir estos alimentos apetitosos eran mayores a medida que aumentaba el nivel de ansiedad. 

De esta manera, las probabilidades de consumir bebidas endulzadas con azúcar, pasteles, comida frita o comida rápida de personas con ansiedad leve, moderada o grave eran más altas que las de las personas con ansiedad mínima. Curiosamente, la ansiedad no se asoció con el consumo de frutas o verduras (todos p > 0,05).

¿Qué puede hacer el personal sanitario con estos resultados?

La Dra. Landaeta-Díaz, quien lideró el estudio y colabora en la Facultad de Salud y Ciencias Sociales de la Universidad de Las Américas, en Chile señalo que si bien es cierto que hay un discurso de lo que significa tener conductas saludables entre la comunidad, los profesionales sanitarios podrían también referirse con mayor énfasis a volver a las costumbres y las raíces de cada una de las poblaciones; “utilizar el discurso del confinamiento a favor para recapacitar e intentar actividades en conjunto que nos van a ayudar no solo a conservar un estado de salud, sino espacios donde se previenen enfermedades”.

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Añadió que debemos rescatar lo que está disponible en la localidad y las dietas autóctonas, “ese es un trabajo que debe ser reproducible en toda Latinoamérica, con un comercio justo, local y haya soberanía alimentaria”.

En cuanto a la salud mental, en general los países latinos tuvimos puntajes muy altos en el nivel de ansiedad, producto de la falta de las políticas públicas al respecto, pero destaca el caso de Uruguay, que presentó uno de los mejores puntajes. “Cuando se observaron las características en las cuales ellos se encontraban durante el proceso del estudio, nos dimos cuenta de que tenían un buen control de la pandemia, con pocos casos, no pusieron tantas restricciones y se volcaron más en acciones hacia su población, las políticas fueron asertivas en ese sentido y claramente eso se vio reflejado en los resultados”.

“Por tanto, a todos los que trabajamos en el área de la salud nos queda mucho por hacer, para separar los sentimientos del alimento”. Como ejemplo, dijo que muchas veces se premia o se castiga con el alimento, lo que no genera una relación positiva; la gente entonces come porque está feliz, pero también triste, son cosas que hay que separarlas.

Por último, otro tema que le tocará al personal de salud es estar preparado, “porque claramente el periodo de desconfinamiento traerá patologías crónicas que ya sabemos son muy prevalentes en países latinoamericanos, por tanto, vamos a tener una sobrecarga, ya no de COVID-19, pero sí de otras patologías y la salud mental, pues a la gente le cuesta comentar lo que le pasa, lo que siente, por ello, debe ser prioridad para los profesionales de la salud recomendar la atención”.

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